Mi nombre es Violeta y soy invisible.
Nadie puede ver directo a mis ojos porque no existo ante la vista de un humano. Por lo tanto, la gente habla a mis espaldas muy seguido. Demasiado diría yo. Mas de lo que quisiera. Me gustaría que una de esas veces dijeran mi nombre preguntando por mi, y que me dejaran escuchar atenta. Pero para saber que es lo que quieren decir, tengo que quedarme callada y descifrar el mensaje oculto entre sus palabras.
No tengo amigos, ninguno es verdadero. No soy un alma en pena porque tengo alegría, pero no encuentro el porcentaje de población en el mundo que valga la pena rescatar. Las conversaciones se convierten en banalidades y los encuentros se tornan forzosos.
Soy Violeta, y me gustaría serlo literal. Dejar de ser el viento que acompaña a la gente sin que ellos lo sepan. Perderme en un ocaso especial cuando el sol se viste galante acompañado de almidón morado. Pero no. Soy Violeta y soy invisible. Algunas veces cuando estoy de suerte me disfrazo detrás de una nube de humo de cigarro, me vuelvo entre gris y blanco. Pero de nada sirve, las conversaciones que le siguen al toque del tabaco son tan importantes que yo pierdo cualquier atención.
Me gustaría ser considerada, escuchada y acompañada. Odio esto de estar siguiendo completos extraños por falta de buenos amigos. Pero la gente considerada ya no existe, solamente el rastro de un beso al aire, perdido por el viento a dirección contraria a la mía. Lástima.
Soy Violeta y ya no existiré.
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